Los ‘secretos’ de la Torre del Agua: del Guggenheim neoyorquino al “respeto” a la basílica del Pilar

Zaragoza 24 de Noviembre de 2024

La Torre del Agua lleva más de 16 años presidiendo el zaragozano recinto de Ranillas. Fue icono de una Expo 2008 que ya ha quedado atrás y que ahora pone la vista en recuperar su actividad con una nueva vida que está por definir. Renacerá como «el faro de la logística», según ha defendido en distintas veces el Gobierno de Aragón y su consejero de Fomento, Vivienda, Movilidad y Logística en la DGA, Octavio López. Sin embargo, mientras el edificio mira al futuro, hay detalles en su presente y su pasado que quizá no todos los zaragozanos conocen. Su historia está llena de mitos, leyendas urbanas y otras historias en paralelo a su uso (y desuso) que el arquitecto que lo diseñó, Enrique de Teresa, ha repasado con EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.

El vallisoletano, a sus 75 años, conoce de buena tinta todas las claves que acompañan a un relato adosado a la Torre del Agua que va más allá de su construcción. Para él, la historia de este edificio comienza «en la cafetería de un tren», cuando antes de que Zaragoza fuera sede de la Exposición Internacional de 2008, dibujó «en los márgenes de un periódico» una silueta «con forma de gota de agua, un pez dentro y, al lado, una torre». Fue «como un sueño» que lo invadió en el viaje de vuelta de Zaragoza a Madrid tras la primera visita a Ranillas que se realizó con motivo del concurso convocado para diseñar un icono de la muestra del agua cuando Zaragoza ni siquiera tenía adjudicado ser sede de la exposición, dado que el citado concurso se convocó en otoño de 2006, antes de que el BIE (Bureau International des Expositions) tomara la resolución.

«Empecé a darle vueltas a cómo hacer un edificio que representase la fluidez y transparencia del agua y eché mano del lápiz que siempre llevo en el bolsillo», relata De Teresa. Y fue en 2008 cuando aquel primitivo dibujo se convirtió en realidad, si bien hoy es capaz de reconocer que arriesgó mucho para ganar ese concurso.

«Recuerdo que era a principios de diciembre cuando me llamó Paco Pellicer (entonces uno de los responsables de la candidatura y del proyecto Expo de Zaragoza) y me dijo: ¡Oye, que has ganado!», rememora el vallisoletano. No las tenía todas consigo, asegura, sobre todo porque su propuesta rompía por mucho con uno de los requisitos incluidos en la licitación: la altura. «Pedían que tuviera 45 metros de altura, ya que se buscaba que fuera un edificio que sobresaliera sobre el recinto Expo y fuera un icono de la muestra. En aquel momento estaba con otro proyecto, el Museo de la Ciencia de Valladolid, que tenía exactamente esos 45 metros. Para lo que buscaba Zaragoza esa torre me parecía pequeña, así que pensé que era mejor apostar por otra mucho más alta que fuera icono de toda la ciudad, no solo de la Expo», expone Enrique de Teresa.

Así que se puso manos a la obra y plasmó su apuesta técnica con una propuesta de torre de más de 80 metros de altura «a sabiendas de que quizá por eso podía ser excluida mi oferta». No fue así. El arquitecto ganó el concurso porque además cumplía con una de esas reglas no escritas que aún hoy forman parte de los mitos y leyendas que envuelven a este icono arquitectónico de Zaragoza.

¿Es verdad que la Torre del Agua no podía tener más altura que la torre más alta de la basílica del Pilar? «Así es, porque quería ser respetuoso con esa tradición que tiene la ciudad y por respeto a la basílica», responde el vallisoletano. Así que pensó que la Torre del Agua estaría por debajo de los 92 metros que marca esa torre más alta del Pilar y su icono para la Expo acabó midiendo 81,90 metros, diez menos que ese techo histórico local.  

«Era importante respetar esa regla no escrita, cumplir con las tradiciones que tiene la ciudad», añade a su lado el arquitecto Pablo de la Cal, de la empresa Cerouno Arquitectos, que trabaja con él en el actual proyecto de reconversión de la torre y que en 2008 fue jefe del Área de Proyectos de Expoagua, la sociedad que organizó la Expo. Otros no lo han hecho después, como Torre Zaragoza, el edificio de viviendas construido en Delicias que hoy es el techo del ‘skyline’ zaragozano con más de 100 metros de altura.

Otro de los mitos o leyendas urbanas que han circulado en estos 16 años en torno a la Torre del Agua era la posibilidad de incluir forjados intermedios en el fuste del edificio, que se llegó a plantear para acoger algunas de las ofertas recibidas desde la iniciativa privada para quedarse con este icono de la Expo. Entre ellas, alguna entidad bancaria de renombre en España, un posible Museo de la Ciencia o incluso el multimillonario estadounidense Rupert Murdoch.  

Esos forjados parecían sacados de la manga tras la Expo pero la realidad es que no fue así. En su proyecto, De Teresa ya previó la posibilidad de introducir «hasta cuatro» forjados intermedios, «solo entre las plantas 7 y 23», que «obligaba a mover la escultura del ‘Splash’» en caso de tomar esa importante decisión. De hecho, años después de que la muestra internacional cerrara sus puertas se llegó a desmontar la escultura diseñada por Pere Gifré que preside el edificio y que es un símbolo que volvió a su lugar poco después de desmontarse. 

En ese momento, se planteó trasladarla a la estación de Delicias, y se retiró antes incluso de que hubiera un acuerdo con Adif y el Gobierno central para llevarlo a cabo. Se descartó cuando se constató que la cubierta de la estación intermodal no podría aguantar el peso de la enorme escultura. Para entonces ya estaba embalada y guardada en almacenes municipales. Lo que nunca trascendió es si finalmente ese vaciado de la Torre del Agua respondía a la necesidad de algún cliente de introducir esos forjados intermedios. Hoy, se queda en el cajón de los proyectos fallidos de este icono de Ranillas. Y el ‘Splash’ volvió a su lugar original.

Una quilla que apunta al Pilar

La azotea también guarda muchos detalles poco conocidos sobre su diseño y características. En ella se localiza el principal símbolo «emocional» del autor del diseño con la ciudad. Visto desde el aire tiene forma de gota y la punta de la misma «apunta directamente a la Zaragoza histórica». «Quería que este símbolo de la que estaba llamada a ser la nueva Zaragoza en la pos-Expo supusiera un vínculo con el epicentro de la ciudad, con la basílica del Pilar y la Seo», comenta el arquitecto vallisoletano. 

Esa unión entre las dos ciudades se encuentra en una azotea que será transitable en el futuro y en un extremo de la misma que consigue parecer «la quilla de un barco» que «apunta a esa ciudad histórica atravesando el recorrido sinuoso del Ebro». El río es un elemento clave en esa conexión emocional y la Torre del Agua, la atalaya desde la que navegar en esa dirección imprescindible.  

Como en Notre Dame

Otra peculiaridad que quizá mucha gente no sabe es que el espacio donde se suspende el ‘Splash’, que representa el estallido de una gota de agua, tiene 43 metros de altura que es «similar a la que tiene la catedral de Notre Dame en su punto más alto», que tiene 41, o los de cualquier «catedral de estilo gótico». Pues bien, no es una casualidad, estuvo pensado desde el momento de su diseño. «Cuando entras en la sala sientes esa misma dimensión, el atractivo que supone entrar a un lugar que te lleva a trascender lo que es una visita operativa normal», asegura De Teresa. Una sensación que, en su opinión, es parecida a la que el visitante se encuentra al entrar en una catedral.

Tampoco es muy conocida una importante influencia que tuvo Enrique de Teresa a la hora de diseñar la Torre del Agua. En qué edificio se inspiró. «Para mí el edificio de referencia fue el Guggenheim de Nueva York», el museo de arte contemporáneo ubicado en la famosa Quinta Avenida, que diseñó Frank Lloyd Wright y que abrió sus puertas en 1959 . De este edificio cilíndrico coge el «espíritu de la abstracción del que siempre ha estado impregnado» –de hecho,antes fue el Museo de Pintura Abstracta–, y el arquitecto vallisoletano ha tratado de trasladar al icono de Zaragoza. 

No solo las rampas que recorren el edificio de arriba a abajo se asemejan a ese Guggenheim neoyorquino, pero estas en Zaragoza son una pieza «fundamental en la estructura y funcionamiento del edificio». De hecho, aunque no lo parezca a simple vista, hay dos rampas distintas «que nunca se llegan a tocar, una que sube y otra que baja».

¿Y por qué el interior es de color blanco? Para De Teresa es «innegociable» para el futuro uso. Primero, por una cuestión «de estímulo», ya que «aligera mucho el espacio» y porque «si se pintara de otro color, este acabaría teniendo más protagonismo que el resto de elementos», asegura. También porque el blanco «es capaz de desmaterializar los elementos metálicos y suaviza mucho algo que puede resultar duro a la vista». Y sobre todo porque «tiene capacidad de transmitir limpieza, luminosidad y salud, igual que hace el agua», que es de lo que va este icono de Zaragoza, un lugar donde empezar a construir una historia nueva.   

Fuente: EL Periodico de Aragón