Iñaki Alday: “Zaragoza es perfecta para convertirse en modelo de calidad de vida”
Zaragoza 28 de Junio de 2021
Iñaki Alday (Zaragoza, 1965) es uno de los mascarones de proa de la nueva arquitectura internacional, una arquitectura que busca no solo ser estéticamente brillante o cumplir la función para la que ha sido solicitada, sino que aspira a mejorar la ciudad en la que se sitúa, el entorno y el planeta.
En 1996 abrió estudio de arquitectura junto a Margarita Jover, y de ese despacho han salido proyectos como los parques del Agua, en Zaragoza, o de Aranzadi, en Pamplona. Ha obtenido el premio García Mercadal dos veces (2001 y 2005), el FAD (2009) y el Premio Europeo de Espacio Público Urbano (2002). Además, ha sido finalista de la Bienal de Arquitectura Española en dos ocasiones y de la Iberoamericana en una.
Su carrera como profesor comenzó en 1996 en El Vallès y luego lo fue en la Universidad de Navarra. En 2010 fue profesor de la Universidad de Virginia, Estados Unidos, y al año siguiente fue nombrado catedrático. Allí estuvo hasta 2016 para pasar a la Universidad de Tulane (Nueva Orleans), donde actualmente es catedrático y decano de Arquitectura. M.G
Lleva ya 10 años en Estados Unidos. ¿Cómo es la experiencia?
De aprendizaje continuo. La universidad americana es muy dinámica y exigente. Como director de departamento estoy encargado hasta de contratar a los profesores y como decano hasta de buscar fondos.
Con todo ese lío, no le quedará tiempo para sus proyectos.
Ese es el reto, mantener la carrera profesional. La única manera de enseñar es seguir aprendiendo… y trabajar. Hay que continuar haciendo proyectos, participando en concursos, seguir estando en la punta de lanza de las nuevas ideas en la arquitectura.
Usted cita a menudo como ejemplo de esas ideas el primer proyecto que hizo junto a Margarita Jover, el de la recuperación de las riberas del Gállego en Zuera. Lo diseñaron pensando no en frenar el río, sino en consentir que inundara el espacio público. Han pasado 20 años y no parece que ese planteamiento se imponga.
Es cierto que el proyecto de Zuera es de 2001 y hasta la Bienal de Arquitectura de 2016, quince años después, no hubo otro proyecto de espacio público inundable. Hasta ahora el hombre se ha relacionado con el agua bajo las ideas de control y defensa. Y ya vemos que cada vez hay más catástrofes naturales y que el tiempo entre ellas es menor. No podemos seguir así y ya estamos empezando a pensar de otra manera. Cuanto más alta es la protección, más grandes los riesgos.
Quizá un ejemplo sea Nueva Orleans. Allí los sistemas de protección fallaron con el Katrina. ¿Cuál es la situación actual?
Se ha recuperado un poco. Como en todas las catástrofes naturales, los que más sufren son los que menos tienen. En el centro de la ciudad antes vivían 600.000 personas y hoy solo 400.000. Los que faltan son los que no tenían recursos para reconstruir sus casas. Nueva Orleans es una ciudad que no se sabe cuánto tiempo va a sobrevivir. Tiene un sistema de bombeo que hace 100 años era el más avanzado del mundo pero que hoy está obsoleto. Está pensado para achicar agua pero, con eso, el suelo en el que se asienta se seca y se hunde. En las ciudades no podemos tener infraestructuras que respondan a una sola lógica, que solo sirvan para una cosa.
Pero eso encarece los proyectos.
En Colombo, Sri Lanka, nos pidieron un dique para salvar la ciudad del río. Y lo que hicimos fue reconceptualizar esa barrera que se nos pedía y, en lugar de pensar en una muralla en cada orilla, diseñamos parques lineales, espacios socioecológicos que puedan ser utilizados por los habitantes la mayor parte del año, como espacio público, y que, cuando sea necesario, ayuden al movimiento del agua del río en las avenidas. El 98% del coste final del proyecto es la infraestructura, y el 2% es el sobrecoste.
Convertir el sistema antiinundaciones de una ciudad en un parque lineal de 72 kilómetros de longitud… Suena a utopía o ciencia ficción.
No es utopía, es supervivencia. De la misma manera que empezamos a dejar de emitir gases a la atmósfera, tenemos que habitar de forma distinta las costas y los ríos. No nos queda otra opción que el urbanismo regenerativo. A los ríos no hay que domesticarlos, sino llegar a un pacto con ellos para que los ciudadanos puedan usar las riberas 300 días al año y los otros 65 que se las queden los ríos.
¿Cómo se imagina las ciudades del futuro?
Como un espacio en el que convivirán más cosas de las que conviven hoy en día: la fauna, las personas, las plantas… Tendrán centros y microcentos, varias redes en su interior, y no se acabarán en la última casa. Las ciudades son organismos vivos, son mucho más que casas y bares, y lo hemos visto en la pandemia. Hay muchas cosas que hacer para ganar en calidad de vida. Ya estamos reduciendo el uso del automóvil, se reducirá mucho más en los próximos años, y acabaremos con el motor de combustión. Cuando se piensa en una peatonalización surgen siempre colectivos que se oponen. Pero una vez que está hecha nadie pide que se revierta. Nos cuestan los cambios, pero lo normal es que sean a mejor.
¿Nos volveremos a bañar en los ríos?
Claro que sí. Pero necesitamos convertir nuestras depuradoras en fuentes. Que nuestras aguas tratadas, que ya salen de las depuradoras con estándares de calidad, se lleven a un parque con vegetación que actúe de filtro. Las depuradoras tienen que ser los nuevos manantiales ¿Cuánto cuesta eso comparado con un kilómetro de autovía? Y tenemos que pensar en actuar con nuestras basuras de la misma manera.
Desde hace siete años trabajan en un proyecto pionero en Nueva Delhi.
Tienen el río urbano más contaminado del mundo, con un 0% de oxígeno. Han invertido millones de dólares en distintas plantas de tratamiento del agua pero el problema no se soluciona. Porque no es que el río esté sucio, sino que lo está toda la ciudad, y el río es su ‘termómetro’. Nueva Delhi necesita regenerarse, recuperar su equilibrio. Y está trabajando para que su ciclo del agua sea ecológico, para introducir una movilidad lenta, para crear viviendas a bajo coste… Lo que ocurre es que solucionar los problemas de una ciudad europea es relativamente fácil en comparación con lo que supone solucionarlos en una megalópolis del Tercer Mundo.
¿Zaragoza…?
Tenemos una ciudad perfecta para ser un modelo de sostenibilidad. Pero hay que pensar qué queremos ser y cuáles son nuestras ambiciones. En los años 70 a Barcelona se la llamaba ‘Basurona’, y en 20 años cambió por completo el modelo urbano. Zaragoza puede ser referente mundial de calidad de vida, pero tiene que cerrar bien todos sus ciclos: el de la basura, el de la energía y el del agua.
¿Cómo ve ahora su emblemático Parque del Agua?
Era un proyecto difícil porque ese espacio no se había usado. Teníamos cierto conocimiento de la agricultura y del río, y descubrimos que había una cierta sabiduría tradicional en el uso de ese espacio, que los canales que nosotros ensanchamos, por ejemplo, estaban trazados de tal manera que el agua nunca tuviera que circular contra el viento. Heredamos ese conocimiento y lo anclamos. Hoy el Parque del Agua se utiliza como referencia en las escuelas de arquitectura de todo el mundo, lo que no impide, como en cualquier proyecto, que uno vea fallos, cosas que no entendió o que olvidó. Luego, como dice Margarita (Jover), el paisaje lo redibuja la gente que lo habita. Han pasado ya 13 años de la inauguración, y quizá tendríamos que sentarnos a revisar algunas cosas que a lo mejor no funcionan o que se construyeron mal, como el acueducto. Nos gustaría que se cuidara el Parque del Agua como un elemento más del patrimonio de la ciudad.